02 octubre 2007

Cuando la vaca muje...dice muuuuuu


Las noches silenciosas tienen algo mágico. Invitan a oír con claridad los murmullos que dentro de nuestra cabeza se sucitan segundo tras segundos. Es el sonido cotidiano de un cerebro trabajando. En mi caso particularísimo, es el sonido de una vaca... mujiendo. Sí. Mi cerebro es habitado por una vaca que se la pasa pastando toodo el sagrado día y por las noches regurgita y vuelta a masticar. De vez en cuando... muuuuuuuuje.

Pensaran que estoy loca. Eso no es novedad. Pero el hecho es que para mí particularísima existencia la presencia de este bovino en mi cráneo deviene en un sin fin de ventajas. Y es que la vaca, si bien se la pasa casi estática, también se la pasa mastique y mastique. Ergo, eso quiere decir, mis estimados, que mi vaca tiene tiempo de sobra para pensar las cosas. Los problemas, visicitudes y acontecimientos que puedan cruzarse en mi monótona vida son analizados, asimilados en parte, vuelta a analizar, asimilados otra vez y así muuuuuuchas veces más.

La vaca de mi cerebro es eficaz. Ella pone escenarios varios, saca múltiples posibilidades de escape, de acción, de protección. La vaca es EFICAZ... la que no le da bola soy yo! Por eso estoy como estoy... loca, como tu madre!

Y es que compréndanme. Cómo una mujer: de 30 años, madre de dos chicos, ama de casa hasta la madre de serlo, esposa con ganas de dejar de serlo, etnóloga frustrada, hippie a medias puede hacerle caso a un bovino rumiante que vive en su azotea?! De cuándo acá se ha visto cosa semejante! Por favor... tengan piedad.

Y dirán ustedes, entonces, que la piedad debo tenerla para con ustedes...escribir sobre una vaca en el cerebro!!! Tendría que hacerle caso a la vaca y no escribir nada.

Pero yo dije antes... a la vaca no le hago ni maiz de caso... por eso estoy acá. Hay que hecharle la culpa a la noche silenciosa y al mugir de un bovino.

Lo único que puedo asegurar es que cuando la vaca muge dice muuu.


Ensayo sobre los animales que habitan el cerebro. Breve y modesto intento de aflojar la mano y retomar la escritura.

Inspirado en los amigos incondicionales: el hamster y la abeja.
Dedicado a Robert, que siempre aprecia la elocuencia de mi vaca.

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